La Iglesia católica en cabeza del Papa, Francisco, fue enfática en la aceptación, cercanía y participación de las ceremonias religiosas, por parte de los entes homosexuales o parejas del mismo sexo, que deben ser aceptados como miembros de la Iglesia, recibiendo los beneficios y orientaciones para su vida religiosa, como ellos a bien tengan realizar. Esta situación puso en vuelo diferentes posturas de nuestra sociedad e incluso dentro de la misma congregación. El permitir que las parejas del mismo sexo no sean rechazados, antes que estén listos a recibir las bendiciones del propio sacerdote de nuestra iglesia en mención. Claro, estas no serán otorgadas en las ceremonias o rituales tradicionales, sino a manera de ruego por todo aquel que se sienta pecador, como los hijos de Dios que se arrepienten de cometer vejámenes o maltratos a diestra y siniestra y luego se acercan al confesionario a pedir la remisión de sus faltas.
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Todo apunta a considerar justos y pecadores dentro de la casa del Señor. Merecedores todos al sol que alumbra todas las mañanas y a la lluvia que cae para mojar toda la tierra y ser aprovechada por propios y extraños, porque el Señor lo quiso así. El llamar a las parejas de la clase LGBTQ, para que se unan a los demás Cristianos, es algo que, puede transformar al pecador y este tenga la oportunidad de realizar una nueva vida, tener otra faceta de existencia acorde con lo que quiere nuestro Rey y redentor, Jesucristo, la salvación de todos los hombres. Que la bendición de DIOS, cambie al malo, al que anda en la oscuridad, se arrepienta como la prostituta que iba a ser apedreada y Jesús, nuestro gran Maestro, con sus palabras de sabiduría y justicia, invitó a que el primero que estuviera sin pecado arrojase la primera piedra, para lograr que todos descargaran el concreto y se marcharan a su casa, sin poder hacer nada contra la mujer a la cual Jesús con su bendición, la conminó a que no pecara más y se hiciera seguidora del maestro incluso hasta la tumba, donde fue sepultado. Que nuestro Dios Padre, Hijo y Espíritu santo, bendiga a Francisco, como cabeza de la congregación Católica, para lograr el verdadero cambio de aquellos que aún caminan por el sendero oscuro, y vean que Cristo es la verdadera y más preciada luz del universo, que nos lleva a la salvación eterna.
UN CUENTO LES VOY A CONTAR...
La mañana es fría, el cielo encapotado y ese mar azul claro, que denota un presagio de algo incontable, de algo misterioso , con una rareza tan a flor de cuento, que invita mejor a quedarse en casa. No salgas te grita mamá naturaleza. No vayas a ese mar que te contagia de susto, de sorpresa y quizá de algo extraño e irreverente. Es mejor que el dios del sueño te coja envainado con tu mujer y tus hijos, y no las olas del mar que te acaricien bruscamente, como cuando le pegan a uno cachetadas, por estar descuidado, mirando las caderas y algo más de las chicas que se encuentran desde temprano en la playa. Jorge no le importó lo que el día le estaba diciendo. Tomó su toalla, sus chanclas, media de aguardiente y se lanzó al agua. Sus brazos se mostraron cansados, adoloridos, como si tuvieran un peso demás en los bíceps. Sus piernas aperezadas, se estiraban con dificultad, el agua se sentía densa y arremolinada, como si no permitiera el nado corporal de ninguna creatura. En el momento que el hombre de treinta y cinco años de edad, suspiró alcanzó a sentir una fuerte oleada que lo envió al fondo del mar y allí pernoctó por quince días, tiempo en que los guardacostas de Cartagena, lo encontraron, ya amoratado e hinchado de la cantidad de agua penetrada en su organismo.
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